domingo, 18 de enero de 2009

Símbolos, memoria histórica y desvergüenza (¿o es sólo pura desidia?)


La fotografía es del 18 de enero de 2009. Se trata seguramente del edificio de Pamplona en el que más y más justificadas causas concurren para su demolición y posterior traslado de sus restos —fiambres incluidos— a la «cripta arqueológica» de Lezkairu. Pero no es eso lo que me ocupa ahora, sino la denominación de la sala de exposiciones, cuya evolución es una muestra más del talante de la alcaldesa Barcina y de por dónde se pasa las leyes de símbolos, memoria histórica o cualesquiera otras que pretendan inquietar sus convicciones franquistas (o asintóticamente tendentes al más rancio franquismo). Tras el vergonzoso acuerdo de cesión del mamotreto por el Arzobispado, la sala se empezó llamando Plaza Conde Rodezno, quizá como una solución transitoria mientras UPN conseguía que se aceptara su propuesta de darle el nombre de otro preclaro franquista (y sanguinario, por las implicaciones de su actividad), Víctor Eusa. Finalmente el nombre de la sala se desnudó de la tibia referencia a la toponimia urbana (ya de por sí desgraciada) para terminar plenamente dedicada al tal Domínguez, premiándose así doblemente a un personaje particularmente siniestro, golpista contumaz y cuya actividad en el Ministerio de Justicia (incluyendo las reformas penales o el retroceso en la condición legal de la mujer) es más que suficiente para que permanezca en las criptas de la historia y no en lugares de honor de nuestra ciudad.

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