Este aspecto presentan las obras de Lezkairu, ese estupendo ensanche vertebrado por la avenida de Juan Pablo II (infeliz ocurrencia de Barcina). Inmediatamente viene a las mientes el Plan Sur, excogitado y urbanizado a principios de los setenta y en el que sólo se construyeron los edificios de viviendas existentes junto al Sario. El resto permaneció como un entramado fantasmal de calles (con sus lugares de aparcamiento, alcantarillado y un diseño muy en boga en aquella época). La crisis de los setenta, que deprimió brutalmente la demanda, dio al traste con aquello. Mucho más tarde, el espacio fue destinándose a otros usos y aun hoy quedan espacios libres (afortunadamente, habría que decir, dada la propensión de nuestros próeceres a cubrirlo todo con cemento, a nada que se pueda generar algún eurillo de beneficio privado).
Lezkairu tiene toda la pinta de terminar de parecida manera. Mientras tanto, se ha acometido una obra de gran calado que implica una modificación drástica del paisaje, seguramente para nada, para que desde la meseta se contemple una gran planicie acementada y vacía. Lo que me genera curiosidad siempre que se intuyen grandes pérdidas privadas por operaciones especulativas es cuánto tardarán las administraciones foral y municipal, y qué instrumentos utilizarán, para socializar esas pérdidas y que los promotores (sindicatos del régimen incluidos), pobres, puedan seguir dedicándose a generar riqueza con la misma generosidad y altura de miras que hasta ahora. El caso de Guenduláin se resolvió de la forma más sencilla y zafia: dándoles la pasta. ¿Y Lezkairu?
(Lezkairu va a terminar como el titular de su principal vía: mucho ruido, mucho daño y pocas nueces: ¿justicia poética?)
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